Asombroso, increíble, irreal, histórico. Busque los calificativos que quiera y súmelos a la lista. Sirven tanto para reflejar la pesadilla que sufrió Brasil, como para reflejar lo bien que funcionó la máquina alemana. ¿Qué es más impactante, el sensacional triunfo de los dirigidos por Joachim Löw que los deposita en la final o la catastrófica derrota sufrida por el anfitrión? En primera instancia hay que quedarse con el impacto que significa el derrumbre de la ilusión brasileña, que por segunda vez no puede consagrarse de local. No sorprende la derrota. Sorprende el marcador.
No hay que perder de vista lo que hizo el seleccionado alemán. Tremendo, impresionante, sublime. Está por jugar su octava final y va por su cuarta Copa del Mundo. Es el equipo que más partidos disputó en los mundiales (105 contra 103 de Brasil) y destronó al local del primer puesto en la tabla de equipos más efectivos (223 goles a 221). Además, Miroslav Klose desplazó a Ronaldo como el goleador histórico. Todo salió a pedir del seleccionado europeo que está listo para reeditar una final contra Holanda (venció 2-1 en 1974 jugando de local) o contra Argentina (perdió 2-1 en México 86 y se tomó desquite cuatro años después al ganar 1-0 en Italia). Ayer se vivió un día histórico, pero esta historia todavía no terminó de escribirse.